viernes, 18 de marzo de 2011

Sobre la “Metafísica del Sexo”

Una mirada transcendental, más allá de la visión profana y lírica del sexo y el amor.

Para aquellos que quieran ampliar, aunque sea un poco, su visión, su concepción sobre el sexo y sobre el amor... Les presento un texto de Julios Evola, al cual añado unas imágenes y unos brevísimos comentarios entre corchetes.

¡Que lo disfruten!

Wladimir Oropeza
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[Hasta ahora en general hemos conocido una visión fragmentaria, dividida y limitada de la sexualidad. En occidente creemos que la vivencia profana, cotidiana de nuestra sexualidad es toda la sexualidad posible. Y así mismo del amor. Incluso el saber que científicamente hemos atesorado respecto a la sexualidad –en los diversos campos antropológicos, sociales, psicológicos y psicoanalíticos, con excepciones de algunas personas, estigmatizadas por sus descubrimientos y luego olvidadas- concibe, reflejando nuestra división y limitación experiencial e ignorancia vital, que la sexualidad carece de toda dimensión transcendental, metafísica.]

Esto vale también, en gran medida, para los autores de ayer y de hoy que han tratado del amor más que específicamente del sexo. Se han limitado esencialmente al plano psicológico y a un análisis genérico de los sentimientos. Incluso lo que han publicado al respecto algunos autores como Stendhal, Bourget, Balzac, Soloviev o Lawrence atañe bien poco a los significados más profundos del sexo. Por lo demás, la referencia al «amor» —dado lo que en nuestros días se entiende generalmente por este término, y también a causa del desfase de tipo sobre todo sentimental y romántico que la experiencia ha sufrido en la mayoría de las personas— no podía dejar de crear un equívoco, ni dejar de restringir la búsqueda a un marco limitado y más bien banal. Sólo aquí y allá, y casi diríamos que por casualidad, alguien se ha acercado a lo que tiene que ver con la dimensión profunda, o dimensión metafísica, del amor, en su relación con el sexo.

Éxtasis de Santa Teresa (Bernini).
En su expresión es patente la equivalencia entre goce místico
o espiritual y goce sexual. (Ver obra similar más abajo)
Pero en este estudio la palabra «metafísica» se entenderá igualmente en otro sentido, que no carece de relación con su etimología, puesto que la «metafísica» designa en sentido literal la ciencia de lo que va más allá de lo físico. Este «más allá del plano físico», sin embargo, no remitirá a conceptos abstractos o a ideas filosóficas, sino a lo que como posibilidad de experiencia no sólo física, como experiencia transpsicológica y transfisiológica, resulta de una doctrina de los estados múltiples del ser, de una antropología que no se detiene, como la de los tiempos más recientes, en el simple binomio alma-cuerpo, y que conoce en cambio modalidades «sutiles» e incluso trascendentes de la conciencia humana. Este tipo de conocimiento, terreno desconocido para la mayoría de nuestros contemporáneos, forma parte integrante de las antiguas disciplinas y tradiciones de los pueblos más diversos.

Éxtasis de Santa Ludovica (Bernini)
De él obtendremos, pues, puntos de referencia para una metafísica del sexo entendida en el segundo sentido de la expresión: para delimitar todo aquello que, en la experiencia del sexo y del amor, conduce a un cambio de nivel de la conciencia corriente, «física», y a veces incluso a cierta superación de los condicionamientos del yo individual y al afloramiento o inserción momentánea, en la conciencia, de modos de ser de carácter profundo.

Que en toda experiencia intensa del eros se establece un ritmo distinto, que hay una corriente distinta que impregna y que transporta, o que suspende, las facultades corrientes del individuo humano, que se producen aberturas a un mundo distinto, todo eso es algo que se ha sabido o presentido desde siempre. Pero en aquellos que son los sujetos de esa experiencia falta casi siempre una sensibilidad sutil suficientemente desarrollada para poder captar algo más que las emociones y sensaciones que los sobrecogen; no tienen ninguna base para orientarse cuando se producen los cambios de nivel de que hemos hablado.

Por otra parte, a los que convierten la experiencia sexual en estudio científico, refiriéndose para ello a otros y no a ellos mismos, no se les presentan las cosas más favorablemente en lo que se refiere a una metafísica del sexo comprendida en ese segundo sentido particular. Las ciencias que están en condiciones de proporcionar referencias adecuadas para explorar esas dimensiones potenciales de la experiencia del eros se han perdido casi del todo. Por eso han faltado los conocimientos necesarios para definir, en términos de realidad, los contenidos posibles de lo que habitualmente se vive de manera «irrealista» al reducir lo no humano a la exaltación de ciertas formas puramente humanas como la pasión y el sentimiento: simple poesía, lirismo, romanticismo idealizante y cursilería de todas las cosas.

Estas observaciones se refieren al campo erótico que podemos llamar profano, que es prácticamente el único que conocen el hombre y la mujer del Occidente moderno, y también el único que tienen en consideración los psicólogos y los sexólogos de nuestros días. Cuando modifiquemos los significados más profundos que se esconden en el amor en general e incluso en el acto crudo que lo expresa y lo realiza …, tal vez la mayoría de los lectores no se reconozcan en todo ello y piensen que no se trata más que de interpretaciones completamente personales, imaginarias y arbitrarias, abstrusas y «herméticas».

Eros y Psique.
En el cuento de Apuleyo hay una clara
manifestación de la dimensión oculta,
transpersonal y sagrada de la relación
entre la Psique, el Amor (Eros) y la
Sexualidad (Venus o Afrodita), relación
que se encuentra ausente en las
experiencias de las mayorías de las
 personas.
Las cosas sólo tendrán esta apariencia para los que consideren absoluto lo que por regla general observan en nuestros días a su alrededor, o bien lo que experimentan ellos mismos. El mundo del eros, sin embargo, no ha comenzado en nuestra época, y no hay más que referirse a la historia, a la etnología, a la historia de las religiones, a la sabiduría de los Misterios, al folklore y a la mitología para darse cuenta de que hay formas del eros y de la experiencia sexual en las que se reconocieron e integraron unas posibilidades más profundas, y en las que se ponían suficientemente de relieve unos significados de orden transfisiológico y transpsicológico como los antes citados. Este tipo de referencias, bien establecidas y unánimes en las tradiciones de civilizaciones sin embargo muy distintas, permitirán rechazar la idea que pretende que la metafísica del sexo es un simple capricho. Lo que hay que concluir es otra cosa: habrá que decir más bien que, como por atrofia, algunos aspectos del eros han pasado a estado latente, se han vuelto indiscernibles en la aplastante mayoría de los casos y que de ellos no quedan, en el amor sexual corriente, más que rastros e indicios. De modo que, para poder ponerlos de relieve, hace falta una integración, un proceso análogo al que en las matemáticas representa el paso de la diferencial a la integral. En efecto, no es verosímil creer que en las formas antiguas del eros, a menudo sagradas o iniciáticas, hay algo inventado o añadido que no existía en absoluto en la correspondiente experiencia amorosa; no es verosímil pensar que se hacía de esta experiencia un uso para el que no se prestaba en modo alguno, ni siquiera virtualmente y en principio. Mucho más verosímil es que esa experiencia, a lo largo de las épocas, en cierto sentido se ha ido degradando, empobreciendo, ensombreciendo o perdiendo profundidad en la gran mayoría de hombres y mujeres pertenecientes a un ciclo de civilización esencialmente orientado a la materialidad.

Se ha dicho con mucha razón que «el hecho de que la humanidad haga el amor como lo hace más o menos todo, o sea estúpida e inconscientemente, no impide que el misterio siga conservando toda su dignidad». Carece de sentido, por lo demás, objetar que ciertas posibilidades y ciertos significados del eros no se han observado más que en casos excepcionales. Son precisamente esas excepciones de hoy (que además hay que referir a lo que en otro tiempo tenía un carácter claramente menos esporádico) las que proporcionan la clave para comprender el contenido potencial, profundo e inconsciente, incluso de lo profano y de lo no excepcional. Aunque en el fondo sólo se refiere a las variedades de una pasión de tipo profano y natural, tiene razón Mauclair cuando dice: «En el amor se llevan a cabo los gestos sin reflexionar, y su misterio sólo es claro para una ínfima minoría de seres... En la masa innumerable de seres de rostro humano hay muy pocos hombres: y de entre esta selección hay muy pocos que penetren el significado del amor».  Aquí, como en cualquier otro ámbito, el criterio estadístico no tiene ningún valor. Podemos dejarlo para métodos triviales como el empleado por Kinsey en sus famosos informes sobre el «comportamiento sexual del macho y la hembra de la especie humana». En un estudio como el nuestro, es la excepción lo que tiene valor de «regla», en el sentido superior del término.

[Para un abordaje del amor y del sexo que no lleve a su dimensión metafísica requerimos partir de la experiencia cotidiana, profana, para rescatar en ella los indicios que apunta a un “más allá” de lo estadísticamente cotidiano.]

Tristán e Isolda.
Esta historia, antecesora de Romeo y Julieta,
marcaría el predominio de la visión dramática y
trágica del amor, sin los componentes místicos
o sagrados, contenidos en Eros y Psique.
También en lo que se refiere a la fenomenología del amor profano, pueden recogerse otros materiales en novelistas y dramaturgos: es sabido que en la época moderna sus obras tienen por tema casi exclusivo el amor y el sexo. Por regla general, esta producción puede tener también cierto valor de testimonio, de «documento humano», porque la materia prima de la creación artística está constituida habitualmente por una experiencia personal efectivamente vivida, o al menos tendencial. Y lo que además presenta para merecer el nombre de arte -en lo que hace sentir, decir o hacer a los distintos personajes— no siempre se reduce a la ficción y la imaginación, sino que por el contrario puede tratarse de integraciones, de amplificaciones e intensificaciones en las que se ilumina claramente lo que en la realidad —en la experiencia personal del autor o de otros individuos— se ha presentado de manera solamente incompleta, muda, o a modo de conato. Pueden buscarse, pues, en el arte y la novela, materiales suplementarios que hay que considerar objetivos y que a menudo conciernen a formas ya diferenciadas del eros.

Pero la búsqueda de materiales tropieza con dificultades particulares cuando se trata de datos que se refieren a un ámbito importante para nuestro estudio, que es el campo de los estados que se manifiestan durante el apogeo de la experiencia erótico-sexual, durante el acoplamiento. La literatura, en este caso, no ofrece demasiado. Hasta hace poco había el veto del puritanismo. Pero incluso en las novelas modernas más atrevidas predominan lo trivial y lo vulgar sobre la materia que podría resultar utilizable para lo que aquí nos interesa.

De la propia literatura pornográfica clandestina se puede sacar bien poco. Fabricada esencialmente para excitar a los lectores, es terriblemente pobre en lo que se refiere, no a los hechos y escenas descritas, sirio a las correspondientes experiencias interiores: cosa lógica por otra parte, pues esta literatura está generalmente privada de toda autenticidad.

En cuanto a la posibilidad de recoger materiales directamente, se encuentra aquí una doble dificultad, subjetiva y objetiva. Subjetiva porque, no ya con extraños, sino con la propia pareja masculina o femenina se rehúye hablar con exactitud ý sinceridad de lo que se experimenta en las fases más exaltadas de la intimidad corporal. Y dificultad objetiva porque esas fases corresponden muy a menudo a formas de conciencia reducida (y es lógico que sea así en la mayoría de las personas), hasta el punto de que cabe que no se recuerde lo que se ha sentido, y ni siquiera lo que se ha dicho o hecho en esos momentos, cuando éstos se desarrollan en sus formas más interesantes. Hemos podido constatar, precisamente, que los momentos cumbres de la sexualidad, extáticos o frenéticos, suelen coincidir con interrupciones más o menos profundas de la conciencia en los amantes, de donde éstos vuelven en sí como vaciados; o bien lo que es pura sensación o emoción paroxística termina por confundirlo todo.

Gracias a su profesión, los neurólogos y los ginecólogos se encuentran teóricamente en una situación muy favorable para reunir materiales útiles, si supiesen cómo orientarse y se interesasen por este campo. Pero no es este el caso. Con extremo buen gusto, la escuela positivista del siglo pasado llegó a publicar fotografías de órganos genitales femeninos para establecer peregrinas correspondencias entre mujeres delincuentes, prostitutas y mujeres de las poblaciones salvajes. Pero presentar una colección de testimonios de tipo introspectivo sobre la experiencia interior del sexo parece no tener ningún interés para ellos. Por lo demás, cuando en este campo intervienen pretensiones científicas, «sexológicas», los resultados suelen dar en general muestras de una incompetencia más bien grotesca: y es que aquí, como en otros campos, la condición previa para comprender una experiencia es conocerla ya personalmente de manera adecuada. Havelock Ellis ha destacado con razón que «las mujeres que, muy seña y muy sinceramente, escriben libros sobre estos problemas [sexuales] son a menudo las últimas a las que habría que dirigirse como individuos representativos de su sexo: las que más saben son las que menos han escrito». Diremos más: las que más saben son las que no han escrito nada en absoluto, y la cosa, naturalmente, vale también en gran medida para los hombres.

Venus (Afrodita) junto a su hijo Eros (Cupido o Amor).
La condena religiosa de la sexualidad y la concepción
 moderna con su secularización, contribuirán al divorcio
de esta pareja en la mentalidad humana, sumándose luego
el psicoanálisis y las ciencias al negar su dimensión sagrada.
Finalmente, en cuanto al ámbito del eros profano, debemos repetir que la disciplina que más recientemente ha hecho del sexo y de la libido una especie de idea fija, o sea el psicoanálisis, no nos interesará demasiado debido a los objetivos de este estudio. Solo podrá ofrecemos indicaciones útiles de manera episódica. Por regla general, sus investigaciones se han visto falseadas desde el punto de partida por sus propios prejuicios y por su concepción absolutamente desviada y contaminadora del ser humano. Incluso puede decirse que precisamente porque hoy el psicoanálisis, mediante una inversión casi demoníaca, ha puesto de relieve una primordialidad infrapersonal del sexo, hay que oponerle otra primordialidad, metafísica, de la cual es degradación la primera…

[En el psicoanálisis se considera que el hombre no puede ir más allá del goce sexual castrado de plenitud, porque el hombre está atravesado por una falta-en-ser constitutiva. A lo sumo hablan de un goce-Otro de la mujer, para quedar simplemente en la pura aspiración de la pronunciación del significante faltante, en la “fantasía omnipotente del goce absoluto”.]

Todo esto, pues, en el ámbito de la sexualidad corriente, diferenciada o no, la cual, como se ha dicho, no debe identificarse sin más con toda sexualidad posible. Hay en efecto otro ámbito, mucho más importante para nosotros, que es el que corresponde a las tradiciones que han conocido una sacralización del sexo, un uso mágico, sagrado, ritual o místico de la unión sexual e incluso de la orgía, a veces en formas colectivas e institucionalizadas (fiestas estacionales, prostitución sagrada, hierogamias, etc.). Los materiales de que hemos dispuesto a este respecto son bastante extensos; su carácter retrospectivo nada quita a su valor. También aquí todo depende de la posesión o no posesión de los conocimientos adecuados para proceder a una interpretación justa sin considerar todos esos testimonios como lo hacen prácticamente sin excepción los historiadores de las religiones y los etnólogos: es decir, con el mismo interés «neutro» que puede experimentarse por objetos de museo.

Los Amantes (Alex Grey).
Una clara manifestación pictórica de las
energías y fuerzas involucradas en la
manifestación transcendental del erotismo.
Este segundo campo, con su fenomenología referida a una sexualidad que ya no es profana, admite a su vez una división que puede hacerse corresponder con la que existe entre exoterismo y esoterismo, costumbres corrientes y doctrina secreta. Si dejamos de lado ciertas formas de práctica sexual, las más conocidas de las cuales son el dionisismo y el tantrismo populares así como los diversos cultos eróticos, ha habido medios que no solo han reconocido la dimensión más profunda del sexo, sino que han formulado técnicas a menudo dotadas de finalidades clara y expresamente iniciáticas: se ha considerado un régimen particular de la unión sexual que podía conducir a formas particulares de éxtasis y que permitían vivir anticipadamente la experiencia de lo incondicionado. Existe documentación referida este campo especial, y aquí la concordancia bastante visible de la doctrina y los métodos, en las distintas tradiciones, es muy significativa.

Considerando estos distintos ámbitos como partes de un todo que se completan y se esclarecen recíprocamente, la realidad y el sentido de una metafísica del sexo quedarán suficientemente claros. Lo que habitualmente los seres humanos sólo conocen cuando se sienten atraídos el uno por el otro, cuando se aman y se unen, será restituido al conjunto más vasto, del que todo ello forma parte principalmente.

El Rapto de Psique (por Eros)
[Con esto tal vez se encienda la llama de la curiosidad y abras tu mente (tu Psique) a la búsqueda de esa dimensión transcendental, metafísica, sagrada, de tu sexualidad, y su correlato el amor-del-Ser (el Eros Sagrado), permitiendo en ti el rapto descrito por Apuleyo en su "Cuento de Eros y Psique" contenido en la "Metamorfosis", y cinematográficamente ilustrado en la película "El lado oscuro del corazón" (el hombre que contra todo condicionamiento cultural, busca a "la mujer que vuela", para poder volar con ella, y expandir su alma más allá de las fronteras humanas conocidas en la fusión sexual-amatoria). De esta manera se saldría de la acumulación de frustraciones y sinsabores eróticos-amorosos que arrastramos de una relación a otra, o, ¿peor aún?, dejaríamos de ser seres resignados a un goce limitado, el sexo profano, que la mayoría considera como el único disfrute erótico fragmentario posible para sí mismo: vida erótica de zombi, programada por la matrix cultural.]




[Continuará...]

2 comentarios:

  1. mil gracias por tu valiosa aportación

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    1. ¡Con gusto Amanda! Espero que te haya resultado provechosa esta información. Algo que es muy raro encontrar en el tratamiento de un tema tan importante y "manoseado".

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