lunes, 24 de marzo de 2014

FELICIDAD Y SUEÑO DE VIDA: DESEOS DEL EGO / ANHELOS DEL ALMA



Entre el vivir y el soñar
hay una tercera cosa.
Adivínala.
   Antonio Machado

Hoy en día se ha puesto en el tapete el tema de los sueños, yendo su significación desde los puros deseos del ego, ese núcleo de conciencia nuestro de la 3D, de nuestra Personalidad o Yo psicocorporal, los cuales con frecuencia están signados por los valores socioculturales: en nuestro caso, por el consumismo occidental. Ansiamos, sobre todo, tener bienes materiales (casa, carro, yate, etc.) y/o vivir lo que Seligman desde la Psicología Positiva llama "la vida placentera", centrada en generar emociones positivas desde una actitud hedónica, como cuando comemos un plato que consideramos suculento, un helado, escuchamos música, viajamos, deleitando a los sentidos y a nuestra emocionalidad con actividades de este tipo, entre otras.

Estos son aspectos positivos, porque contribuyen a incrementar en cierto grado los niveles de felicidad, como se ha evidenciado, pero en un estrecho margen, llegando a un punto en el cual la curva de crecimiento de la satisfacción vital llega a un tope. Además, hay elementos vitales de esta "vida placentera" que implican satisfacer las necesidades de los dos primeros escalones de la Pirámide de Necesidades de Maslow y que son importantes, al superar "estados de pobreza" (físico. emocional, mental...), que sí tienden a tener un alto grado de correlación con la infelicidad.

Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa:
despertar.
   Antonio Machado



La felicidad se incrementa significativamente cuando, de acuerdo a la Psicología Positiva, despertamos a la "vida comprometida" y la "vida Significativa", las que más agregan valor a la "Vida Plena" (que engloba a las tres "vidas" mencionadas) o "Bienestar Psicológico Subjetivo" como lo llaman otros psicólogos, comenzando a satisfacer necesidades de rango medio y superior de la Pirámide de Necesidades de Maslow. Este despertar a la "vida comprometida" consiste en concientizar y cultivar nuestras capacidades o "talentos", cultivándolos al inyectarles "conocimientos" y "destrezas", para transformarlos con estos elementos y una "práctica disciplinada" en "fortalezas" que, al aplicarlas en funciones laborales o profesiones adecuadas o propicias, vehiculizan las virtudes de nuestra Personalidad y nuestra Alma. Se llama comprometida porque implica una dedicación congruente en actividades apasionantes que nos permiten experimentar "experiencias óptimas" (llamadas de flujo -flow-) altamente gratificante, de ensimismamiento (hasta el punto de perder la noción de tiempo y a veces del espacio) y que en su grado máximo coinciden con experiencias místicas (cuando perdemos noción del ego y entramos en una campo de conciencia fluyendo con un Todo mayor).

Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar.
   Antonio Machado

Y mejor aún es "despertar" al nivel superior de la "necesidad de crecimiento" o metamotivación de la Pirámide de Maslow, llamado "autorrealización" (a la que posteriormente agregó un nivel superior de "autotrascendencia"). La autorrealización implica despertar a un nivel de "campo energético espiritual", el Ser donde subyacen nuestras potencialidades psicoespirituales en espera de materialización (llevar el Cielo a la Tierra): en ese espacio de "infinitas posibilidades" conectamos con talentos superiores y Valores-del-Ser que conllevan el entrar en procesos evolutivos, con cuyos recursos es propicia la ocasión de iluminar nuestra "Sombra" o lado inconsciente (donde se encuentran aspectos de nuestro ego o yo inferior que generan inercia o resistencia al cambio, e incluso algunos se oponen a ello) para superar las propias barreras psicológicas, actitudinales y energéticas inerciales.

Este ingreso en estos niveles con frecuencia conllevan la revisión de nuestra identidad y el contactar con una identidad más profunda, descubriendo núcleos de conciencia en nosotros más internos, que tradicionalmente hemos llamado Alma, uno, o Espíritu, otro más profundo todavía. Podemos experimentar la Voz de nuestra Consciencia más profunda, el Llamado (Vocación) a un tipo de actividad o vida particular, trazando una Misión-Visión de carácter trascendente, dando curso a la "vida significativa": llevar una vida centrada en la realización de los talentos de nuestro Espíritu y las Virtudes de nuestra Alma, a través de las Fortalezas de nuestra Personalidad, en función de una Misión de Vida ("Sueño") que va más allá de nuestro Ego y nos conecta a un Todo mayor para prestar un "servicio" focalizado o multidimensional, sea la familia, la comunidad o sociedad, la nación, el planeta, el cosmos, Dios... Recordando que este servicio ha de iniciar por ti mismo desde tu Sí-mismo: brindarte lo mejor de ti a ti mismo, creciendo en Amor, Sabiduría y Poder de Realización, manifestando los dones o talentos que "El Campo Cuántico de Consciencia Transpersonal" o Dios nos ha brindado (en nuestro Ser) para que los sembremos y obtengamos una cosecha placentera, gratificante y significativa, para cada uno de nosotros y los demás, en función del Sueño o Querer más profundo, el de nuestro Corazón o nuestra Alma.


¿Con qué nos levantamos todas las mañanas en la mente y en nuestro Corazón? ¿Qué realizamos en nuestro día a día? ¿Solamente los deseos socioculturales del ego? ¿O estos y más allá: los Sueños de nuestra Alma y el Propósito de nuestro Ser? ¿Qué promovemos en nuestra orientaciones: el seguir dormidos dentro del consumismo sociocultural solamente o además el despertar a los Valores-del-Ser, a las Virtudes y Talentos superiores de nuestro Ser?

domingo, 9 de marzo de 2014

SOBRE EL CUIDADO DEL ALMA Y LA VOCACIÓN (Orientación Vocacional desde la Psicología Transpersonal)



Respecto a la lectura del libro de Thomas Moore, "El Cuidado del Alma. Guía para el cultivo de lo profundo y lo sagrado en la vida cotidiana", rescato con este "mapa ideacional" varios de mis aprendizajes experienciales y meditativos, así como de estudios personales, sobre este punto, para compartirlos con otros vivenciadores-estudiosos del tema.

Tomemos en cuenta ciertos pensamientos de C.G. Jung:


 “En la estructura psíquica viviente nada sucede de un modo meramente mecánico, sino en relación con la economía del todo, referido al todo: tiene un objetivo y un sentido. Pero dado que la consciencia no posee nunca una visión panorámica del todo no puede generalmente comprender este sentido.

Jung, C.G. (2002). Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona: Seix Barral. Pag. 290.

"Existe en el alma un proceso… independiente de las circunstancias exteriores, y que busca una meta."

Jung, C.G. (1944). Psicología y alquimia.

“…De toda mezcla e indistinción inconsciente nace una compulsión a ser y obrar como uno mismo no es. Por eso no puede el individuo entonces ni ser uno consigo mismo ni asumir responsabilidad por todo ello… Pero la desunificación consigo mismo es inclusive el estado neurótico e insoportable del cual uno quisiera librarse. Y la liberación de tal estado sólo se cumple si uno puede ser y obrar como siente que es.

[La persona]"...no es sino una máscara de la psique colectiva, una máscara que finge individualidad, haciendo creer a los demás y a uno mismo que es individual, cuando no constituye sino un papel representado donde la psique colectiva tiene la palabra."

El objetivo de la individuación no es otro que liberar al sí-mismo, por una parte de las falsas envolturas de la persona, y por otra de la fuerza sugestiva que ejercen las imágenes del inconsciente.”

Jung, C.G. (1990). Las relaciones entre el yo y el inconsciente. Barcelona: Paidós.Pag. 127, 50, 169.

Con todo lo anterior, me gustaría promover una reflexión sobre la vocación de vida (ya que la vocación no sólo es refiere al ámbito profesional/laboral) y de otro punto de vista desde el cual puede abordarse: la Psicología Jungiana y su hija, la Psicología Arquetipal, promovida por James Hillman y Rafael López-Pedraza (psicólogo jungiano cubano-venezolano), nos permite hacer una lectura desde la psique profunda de lo vocacional, que entronca con sabidurías antiguas y que recientemente han sido o están siendo rescatadas de los terrenos del olvido con la Psicología Transpersonal y otras "disciplinas". La labor del orientador puede ejercerse desde los linderos de la personalidad, entendida en términos psicosociales, pero puede abarcar aspectos muchos más profundos y transcendentales (el alma, el espíritu, la relación sentida o vivida con el Todo, con el cosmos, con Lo Sagrado) desde perspectivas transpersonales.

¿Cuál es nuestro nivel de consciencia no sólo intelectual, sino sensorial y afectiva de ser "un todo físico-químico-biológico-psicológico-social-cultural-ético-espiritual"? ¿Cuál es el sentido y objetivo de nuestra vida particular? ¿Es algo que se construye en su totalidad o es algo que en cierta medida descubrimos o que incluso en ocasiones se nos impone como una urgencia sentida de Ser de tal o cual manera? ¿Estamos consciente del propósito (telos) que vehiculiza nuestra alma? ¿Experimentamos ese "llamado" (vocación) como una "voz en sensación o sentimiento" o una "voz audible", tal como lo acontecía a Sócrates con su daimonio? ¿Hasta qué punto respondemos a la psicología colectiva o de masas y estamos, en inconsciencia, actuando parámetros genético-familiares y/o socioculturales, creyendo que estamos manifestando nuestra individualidad espiritual o Ser superior, siendo en última instancia más una "máscara social" (persona o personalidad social)? ¿En qué aspectos y grados nos hemos liberado de los condicionamientos colectivos familiares y socioculturales, y de los aspectos de nuestro inconsciente colectivo, sobre todo de los "automatismos inconscientes de fracaso"?

En fin: ¿Qué tanto estamos conscientes de nuestra Alma (Psique) y vehiculizamos su necesidad o querer más profundo? ¿Y respecto a nuestra Luz o Espíritu (Pneuma) y al Todo o Ser de todo ser?

Por la conveniencia de abordar sistémica o con paradigma de la complejidad lo vocacional es que han surgido perspectivas como la Psicología Transpersonal, el Coaching Transpersonal, el Coaching Multidimensional en PNL (basado en los Niveles Neurológicos, con su práctica del Patrocinio a nivel espiritual) y otras prácticas, que nos permiten hablar de la Orientación Transpersonal como una emergencia transdisciplinaria que nos lleva a ir más allá de la forma en que nos hemos asumido como ser humano, y en la forma de ver y orientar a nuestros asesorados.

Y no olvidemos que en nosotros y en la psique colectiva existen aspectos desde los cuales podemos boicotearnos la conciencia y vivencia de lo auténtico vocacional (el llamado del alma o del Ser), siendo uno de ellos el "complejo de Jonás" (ver entrada anterior de este blog).

Wladimir Oropeza Hernández
Psicólogo / Asesor vocacional

lunes, 20 de enero de 2014

El Complejo de Jonás o el Miedo a la Grandeza, al propio Destino

COMPLEJO DE JONAS

Quisiera dirigir mi atención hacia una de las muchas razones de lo que Angyal denominó la evasión del crecimiento. Todos tenemos un impulso hacia el propio perfeccionamiento, un impulso hacia una mayor actualización de nuestras potencialidades, hacia la autorrealización, la plena humanidad, plenitud humana o como se le quiera llamar. Concedido esto, ¿qué nos lo impide? ¿Qué nos bloquea?
Encuentro con el Destino
Una de estas defensas contra el crecimiento, a la que desearía referirme en especial porque no se ha reparado mucho en ella es la que voy a denominar "el complejo de Jonás".

En mis apuntes califiqué en un principio a esta defensa de «miedo a la propia grandeza» o «evasión del propio destino» o «huida de nuestros mejores talentos». Quería subrayar, tan lisa y llanamente como me fuera posible, el punto de vista no-freudiano según el cual tememos tanto a lo mejor como a lo peor de nosotros mismos, aunque de modo diferente. La mayoría de nosotros podríamos ser mejores de lo que en realidad somos. Todos tenemos potencialidades sin usar o sin desarrollar plenamente. En realidad, muchos de nosotros esquivamos las vocaciones (llamada, destino, tarea o misión en la vida) sugeridas por nuestra constitución. Tendemos a rehuir las responsabilidades dictadas (o más bien insinuadas) por la naturaleza, el destino, incluso a veces por accidente, tal como Jonás intentó —en vano— escapar de su destino.

Tememos a nuestras máximas posibilidades (así como a las más bajas). Por lo general nos asusta llegar a ser aquello que vislumbramos en nuestros mejores momentos, en las condiciones más perfectas y de mayor coraje. Gozamos e incluso nos estremecemos ante las divinas posibilidades que descubrimos en nosotros en tales momentos cumbre, pero al mismo tiempo temblamos de debilidad, pavor y miedo ante esas mismas posibilidades.
No solamente somos ambivalentes con respecto a nuestras máximas posibilidades, sino que también estamos en perpetuo, y creo que universal -tal vez incluso necesario- conflicto y ambivalencia respecto de esas mismas posibilidades supremas en los otros y en la naturaleza humana en general. Es cierto que amamos y admiramos a las personas buenas, santas, honestas, virtuosas y puras. Pero quien haya profundizado en la naturaleza humana ¿puede, acaso, ignorar los sentimientos confusos y a menudo hostiles hacia los santos, los hombres y mujeres de gran belleza, los grandes creadores o los genios intelectuales? No es necesario ser psicoterapeuta para captar este fenómeno, que podemos llamar «contra-valoracion». Hallaremos mil ejemplos en cualquier texto histórico, e incluso diría que una investigación histórica del tema no arrojaría ni una sola excepción a lo largo de toda la historia de la humanidad. Evidentemente, amamos y admiramos a todos los que han encamado la verdad, el bien, la belleza, la justicia, la perfección y el éxito supremo. Y con todo, nos hacen sentir incómodos, ansiosos, confusos, quizás un poco celosos o envidiosos, un poco inferiores y torpes.  Generalmente nos hacen perder nuestro aplomo, nuestro autocontrol y autoestima (Nietzche es, en este sentido, todavía nuestro mejor maestro).

He aquí la primera pista. Mi impresión hasta ahora es que la simple presencia de las grandes personas, el hecho de que sean lo que son, nos hace tomar conciencia de nuestra menor valía, independientemente de que se lo propongan o no. Si este efecto es inconsciente y no sabemos por qué nos sentimos estúpidos, feos o inferiores siempre que aparece una persona así, lo más probable es que respondamos con una proyección, es decir, que reaccionemos como si ella estuviera tratando de hacernos sentir inferiores, como si fuéramos su blanco. La hostilidad es, en este caso, una consecuencia comprensible. Pero a mi entender, la percepción consciente tiende a frenar esta hostilidad. Si estamos dispuestos a ser autoconscientes y a autoanalizar nuestras contra-valoraciones, es decir, nuestro miedo y odio inconscientes hacia la gente veraz, buena, hermosa, etc., lo más probable es que seamos menos rencorosos con ellos. Y aun aventuraría la conjetura de que si podemos aprender a amar más cabalmente los valores supremos en los otros, tal vez consigamos amar estas cualidades en nosotros mismos, sin temerlas tanto.

El pavor ante lo supremo de lo cual Rudolf Otto nos ha ofrecido la descripción clásica, también concuerda con esta dinámica. Si unimos esto a las incisivas observaciones de Mircea Eliade sobre la sacralización y desacralización, tendremos más conciencia de la universalidad del miedo a la confrontación directa con un dios o con lo divino. En algunas religiones la muerte es la consecuencia inevitable. En la mayoría de las sociedades que no conocen la escritura hay objetos y lugares que son tabú por ser demasiado sagrados y en consecuencia demasiado peligrosos. En el último capítulo de mi Psychology of Science doy ejemplos, tomados en su mayor parte de la ciencia y la medicina, de desacralización y resacralización, y trato de explicar la psicodinámica de estos procesos que se reduce, generalmente, al pavor ante lo supremo y lo mejor. (Quiero subrayar que ese pavor es intrínseco, justificado, justo, adecuado, más que una enfermedad o fracaso que haya que «curar».)

Pero una vez más mi impresión al respecto es que ese pavor y ese miedo no son necesaria y únicamente negativos, algo que nos empuje a huir o a acobardamos, sino que también son sentimientos deseables y agradables, capaces incluso de transportarnos hasta el máximo grado de éxtasis y embelesamiento. Entiendo que la percepción consciente y profunda, y la «elaboración», en el sentido freudiano, también contribuyen a dar la respuesta. Este es el mejor camino que conozco para la aceptación de nuestros poderes supremos y de cualquier componente de grandeza, bondad, sabiduría o talento que hayamos ocultado o evadido.

Una aclaración incidental útil para mí proviene del intento de comprender por qué las experiencias cumbre son normalmente breves y transitorias. La respuesta es cada vez más clara. ¡Sencillamente no tenemos fuerzas suficientes para soportar más! Es algo demasiado agotador y estremecedor. Los que viven momentos de éxtasis exclaman a menudo: «Es demasiado», «no puedo soportarlo» o «podría morir». Al recoger estas descripciones, pienso a veces: Si, podrían morir. Es imposible soportar por mucho tiempo una felicidad delirante. Nuestro organismo es demasiado débil para una gran dosis de grandeza, como tampoco soportaría orgasmos de una hora de duración, por ejemplo.

El término «experiencia cumbre» es más adecuado de lo que creí al principio. La emoción aguda ha de ser culminante y momentánea y debe dar paso a un estado de serenidad no extática, de felicidad más reposada, y a los placeres intrínsecos del conocimiento lúcido y contemplativo de los bienes supremos. La emoción culminante no puede perdurar, pero el conocimiento-del-Ser si puede.

¿No nos ayuda esto a entender nuestro complejo de Jonás? Responde, en parte, al miedo justificado a ser desgarrados, descontrolados, destrozados y desintegrados, e incluso a que la experiencia nos mate. Después de todo, las grandes emociones pueden de hecho abrumarnos. Creo que el miedo a entregarnos a una experiencia tal, miedo que nos recuerda todos los miedos paralelos que encontramos en la frigidez sexual, se comprende mejor si nos familiarizamos con la bibliografía de la psicodinámica y la psicología profunda, así como con la psicofisiología y la psicosomática clínica de las emociones.

Todavía he tropezado con otro proceso psicológico en mis exploraciones sobre el fracaso en la realización del yo. Esta evasión del crecimiento puede generarse a causa del miedo a la paranoia, algo que ya se ha dicho en un lenguaje más universal. Las leyendas prometeicas y fáusticas están presentes en prácticamente todas las culturas. Los griegos, por ejemplo, lo denominaron miedo a "hybris" [orgullo desmesurado, soberbia desmedida]. También se lo ha calificado de «orgullo pecaminoso», lo que es por cierto un problema humano permanente. Quien se dice: «Si, seré un gran filósofo, reescribiré a Platón y lo haré mejor» debe, tarde o temprano, quedar anonadado ante su propia ambición y arrogancia. Especialmente en sus momentos de debilidad se dirá: «¿Quién? ¿Yo?» y pensará que todo eso no es más que una loca fantasía o temerá incluso que sea un delirio. Al comparar el conocimiento que tiene de su yo íntimo, con todas sus debilidades, vacilaciones y defectos, con la imagen brillante, resplandeciente, perfecta y sin tacha que tiene de Platón, se sentirá presuntuoso y rimbombante. (De lo que no se percata es de que cuando Platón hacía examen de conciencia debió de sentirse consigo mismo de igual manera, pero continuó su camino a pesar de todo, superando sus dudas sobre sí mismo.)

Para algunos, esta evasión del crecimiento personal, estableciendo bajos niveles de aspiración, el miedo a hacer aquello que podemos hacer, la automutilación voluntaria, la seudoestupidez y la falsa modestia son, en realidad, defensas contra los delirios de grandeza, la arrogancia, el orgullo pecaminoso, la hybris. Los hay que son incapaces de conseguir una integración elegante de humildad y orgullo, imprescindible para el trabajo creativo. Para inventar o crear es necesario poseer la «arrogancia de la creatividad» que muchos investigadores han señalado. Pero si únicamente se tiene arrogancia sin humildad, entonces se es un paranoico. Debemos ser conscientes no sólo de las posibilidades divinas en nosotros, sino también de las limitaciones humanas existenciales. Hemos de ser capaces de reímos a la vez de nosotros mismos y de toda pretensión humana. Si encontramos divertido al gusano que intenta ser un dios, tal vez nos sea posible continuar en nuestro empeño y ser arrogantes sin temor a la paranoia o a que la desgracia se cierna sobre nosotros. Es una buena técnica.

Si se me permite, citaré otra técnica semejante que he visto practicar mejor que a nadie a Aldous Huxley, quien ciertamente era un gran hombre en el sentido que he estado precisando, un hombre que sabía aceptar sus talentos y usarlos al máximo, cosa que logró gracias a su perpetuo asombro ante lo interesante y fascinante que era todo, así como a su capacidad de maravillarse como un niño ante el carácter mágico de las cosas, exclamando con frecuencia: «Extraordinario, extraordinario!» Sabía contemplar el mundo con los ojos bien abiertos, con una desenfadada inocencia, con reverencia y fascinación, todo lo cual viene a ser una especie de confesión de pequeñez, una forma de humildad. Pero luego se entregaba con calma y sin miedo a las grandes tareas que se había impuesto.

Por último, remito al lector a un ensayo mío, importante en si mismo, aunque también como el primero en una posible serie. Su título, «La necesidad de conocer y el miedo al conocimiento», ilustra bien lo que quiero decir acerca de cada uno de los valores intrínsecos o últimos que he denominado Valores-del-Ser. Lo que intento decir es que estos valores últimos, que también considero como las necesidades supremas o metanecesidades, caen, como todas las necesidades básicas, dentro del esquema freudiano fundamental de impulso y defensa frente a éste. Por consiguiente, es ciertamente demostrable que necesitamos la verdad, que la amamos y buscamos. Sin embargo, es igualmente fácil demostrar que al mismo tiempo nos asusta conocer la verdad. Ciertas verdades, por ejemplo, automáticamente acarrean responsabilidades que pueden producir angustia. Un modo de eludir la responsabilidad y la angustia consiste, sencillamente, en evadir la conciencia de la verdad.

Preveo que descubriremos una dialéctica semejante para cada uno de los intrínsecos Valores-del-Ser, y he pensado vagamente escribir una serie de ensayos sobre, por ejemplo, «El amor a la belleza y nuestro desasosiego ante ella.» «Nuestra búsqueda de la excelencia y nuestra tendencia a destruirla», etc. Es evidente que estos contra-valores son más intensos en los neuróticos, pero me parece que todos debemos hacer las paces con estos impulsos negativos interiores a nosotros mismos. Mi impresión hasta ahora es que el mejor modo de lograrlo es transmutando la envidia, los celos, el presentimiento y la bajeza en admiración humilde, gratitud, aprecio, adoración e incluso reverencia mediante la percepción consciente y la elaboración. Este es el camino hacia los sentimientos de pequeñez, debilidad e indignidad, y hacia la aceptación de esos sentimientos en lugar de la necesidad de proteger, mediante el ataque una autoestima falsamente elevada.

Me parece obvio, una vez más, que la comprensión de este problema existencial básico debe ayudamos a incorporar los Valores del Ser, no sólo en otros sino también en nosotros mismos, contribuyendo así a solucionar el complejo de Jonás.
  
Maslow, Abraham (1971). La personalidad creadora. (9ª ed). Trillas: México.  2008. Pp. 58-65.
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Este es una sección entera de un capítulo del libro de Maslow llamado "la personalidad creadora" o con otro título, "la amplitud del potencial humano".


Para los que no conozcan quien fue Jonás: profeta bíblico que recibió una misión por parte de Dios de ir a predicar a una ciudad, pero decidió huir de dicha encomienda. Encontrándose en un barco y habiéndose desatado una tempestad, la tripulación decidió lanzar a Jonás al mar al enterarse que la tempestad era debido a que Jonás no asumía su destino. Jonás fue "tragado" por una ballena, en cuyo vientre estuvo por tres (3) días, reflexionando, hasta que tomó la decisión de sí atender al llamado (vocación) del Destino. (Ver Libro de Jonás en la Biblia).

Hay que diferenciar entre los diferentes núcleos de conciencia del Ser, tal como la Sabiduría espiritual de la antigüedad en las diferentes cultural y más recientemente la Psicología Transpersonal nos lo enseñan: el hombre, que es un "todo físico-químico-biológico-psicológico-social-cultural-ético-espiritual", posee diversos niveles de conciencia (inconsciente colectivo, inconsciente personal, subconsciente, sueño, semisueño, vigilia o conciencia ordinaria, supraconsciencia), y estructuralmente cuenta con diversos núcleos de conciencia: el yo inferior que "habita" en nuestra "infraconciencia", el yo psicológico o ego, propio del nivel de conciencia ordinario o de vigilia, y los núcleos de supraconciencia, clásicamente llamados "alma" (yo superior, ángel solar, etc.) y "espíritu" (atman, mónada, yo evolutivo o transcendental, etc.). Además de éstos, está el nivel divinidad de nuestro Ser, que es la versión holográfica de "Dios en nosotros". 

Lo anterior nos lleva a que haya que hacer la siguiente corrección a la "hybris" griega evocada por Maslow en este escrito: el sentimiento de temor ante lo tremebundo de Lo Sagrado proviene de nuestro ego, la "loca de la casa" como bien describieron Freud y Jung al ego por su pretensión de control total de sí y de su entorno, que no pasa de ser un control ilusorio. Pues bien, es el ego quien se siente desbordado por las "experiencias cumbres o pico" que Maslow describe, pasando a tomar el primer plano otros núcleos de conciencia nuestros luego de la "disolución temporal del ego" (pequeña muerte), núcleos como el "yo superior" o el "espíritu primordial" o el nivel Divinidad. Esto nos revela algo que los griegos desconocían: en cada uno de nosotros habita un núcleo divino o "proyección holográfica" de Dios, tal como Cristojesús nos lo digo: "¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, Dioses sois?" (Jn, 10:34) o "Yo dije: «Vosotros sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo.»" (Salmos, 82:6). Siendo esto así, como se vive en estados no ordinarios de consciencia (oración, meditación, yoga, taichi, experiencias cumbres o de "flow", etc.) y como lo han descrito los psicólogos y psiquiatras transpersonales (Jung, Roberto Assagioli, Stanislav Grof, etc.), entonces la "hybris" es algo propio también de nuestro ego, quien sufre un proceso de "inflación" (Jung) o de delirio de grandeza, en vez de ocupar su lugar dentro de la "estructura multidimensional del Ser" y que sean otros núcleos de nuestra supraconciencia (Sri Aurobindo los llama sobremente y supermente) los que tomen la batuta y pasen a manifestar sus Virtudes, Dones y Valores-del-Ser superior nuestro.

Recordemos el acertado señalamiento que Maslow nos da en el escrito que acá transcribimos: ante las personas que manifiestan la grandeza de su Ser superior (virtudes de su Alma, dones o poderes de su espíritu), sean personas altamente virtuosas o geniales (en el plano científico, artístico, político o ético-social) o "personas autorrealizadas" (o autorrealizantes), iluminados, o que han alcanzado el "Estado de Despiertos", lo que tendemos a manifestar muchas veces (consciente o inconscientemente) son "contravalores" o "antivalores", como la envidia, el resentimiento, los celos, el odio, la minusvalía, la desesperanza, etc. Y hay culturas que son más propicias, considero, a manifestar colectivamente estos sentimientos o "bajas pasiones", como la nuestra, donde poco se cultiva y estimula la motivación al logro y a la excelencia, y se busca la aceptación a través de una cultura de "igualitarismo a ultranza". Estas bajas pasiones incluso se dan entre nuestros diferentes núcleos de consciencia: desde nuestro "yo inferior" o Sombra o desde nuestro ego sentimos envidia rencorosa u odio hacia nuestra misma grandeza (nuestro yo superior y nuestro yo evolutivo). Es importante concientizar estas bajas pasiones y buscar su "transmutación" o nuestra "liberación" de ellas, asumiendo nuestras "posibilidades divinas", la realidad sagrada de nuestro Yo Espiritual, con lo cual iremos más allá de la polaridad "hybris - impotencia" y autorrealizaremos nuestro Ser en nuestra vida cotidiana.


Wladimir Oropeza Hernández